Enferma, pero conmigo.
Hola, pequeña.
Te vi. En medio del sueño, ahí
estabas. Pequeña, suave, frágil...
blanca y negra como las cosas que no
siempre son claras en mi vida, pero
que aún así merecen ser vistas con
ternura. No te movías mucho. Estabas
ahí, acostadita, como si hubieras
aprendido a esperar en silencio.
Como si entendieras que a veces me olvido.
Pero tú no te fuiste.
Sé que estabas enferma. Y eso me
dolió. Me dolío verte retorcerte un
poco, sin hacer ruido, sin reclamar nada.
Me dolió darme cuenta de que,
aunque te tengo, a veces te olvido.
Como si la costumbre de no cuidar, o
de no cuidarme, hubiera apagado el
reflejo de mirar hacia abajo del todo,
donde estás tú, acostada sobre ese
tapetito.
Pero hoy te recuerdo.
Y en este espacio, quiero decirte
gracias. Gracias por no irte, por
esperarme. Por seguir respirando,
aunque sea lento. Por mostrarme que
hay algo en mí que no ha muerto del
todo, aunque esté cansado. Algo que
solo necesita que me detenga y me
acueste contigo. Que te abrace. Que
te mire sin miedo.
Perdón por los días que no te vi.
Perdón por no cargar contigo cuando
lo necesitabas. No fue olvido con
intención, fue defensa. Pero hoy, hoy
sí quiero recordarte. Quiero darte
nombre. Quiero dejar que tus patitas
entren otra vez en mi casa interna. Y
prometo que, aunque me cueste, voy
a cuidarte más consciente, más
presente, más amorosamente.
Tú eres una parte de mí que merece
descanso, pero no soledad.
Gracias por aparecer en mi sueño.
Con amor,
Gissele.
Comentarios
Publicar un comentario